lunes, 11 de mayo de 2015

MIGUEL DELIBES

                         MIGUEL DELIBES 


Miguel Delibes Setién. (Valladolid, 17 de octubre de 1920 - Valladolid, 12 de marzo de 2010). Novelista español. Doctor en Derecho y catedrático de Historia del Comercio; periodista y, durante años, director del diario El Norte de Castilla.
Su sostenida labor como novelista se inicia dentro de una concepción tradicional con La sombra del ciprés es alargada, que obtiene el Premio Nadal en 1948.
Publica posteriormente Aún es de día(1949), El camino (1950), Mi idolatrado hijo Sisí (1953), La hoja roja (1959) yLas ratas (1962), entre otras obras. En 1966 publica Cinco horas con Mario y en 1975 Las guerras de nuestros antepasados; ambas son adaptadas al teatro en 1979 y 1990, respectivamente. Los santos inocentes ve la luz en 1981 (y es posteriormente llevada al cine por Mario Camus); más adelante publica Señora de rojo sobre fondo gris (1991) y Coto de caza (1992), entre otras.
Su producción revela una clara fidelidad a su entorno, a Valladolid y al campo castellano, y entraña la observación directa de tipos y situaciones desde la óptica de un católico liberal. La visión crítica -que aumenta progresivamente a medida que avanza su carrera- alude sobre todo a los excesos y violencias de la vida urbana.
Entre los motivos de su obra destaca la perspectiva irónica frente a la pequeña burguesía, la denuncia de las injusticias sociales, la rememoración de la infancia (por ejemplo en El príncipe destronado, de 1973) y la representación de los hábitos y el habla propia del mundo rural, muchos de cuyos términos y expresiones recupera para la literatura.
Delibes es también autor de los cuentos de La mortaja (1970), de la novela corta El tesoro (1985) y de textos autobiográficos como Un año de mi vida(1972). En 1998 publica El hereje, una de sus obras más importantes de los últimos tiempos.
Considerado uno de los principales referentes de la literatura en lengua española, obtiene a lo largo de su carrera las más destacadas distinciones del ámbito literario: el Premio Nadal (1948), el Premio de la Crítica (1953), el Príncipe de Asturias (1982), el Premio Nacional de las Letras Españolas (1991) y el Premio Miguel de Cervantes (1993), entre otros.


LOS SANTOS INOCENTES 

MIGUEL DELIBES 

Los santos inocentes es una novela de Miguel Delibes publicada en 1981, que está ambientada en los terrenos de un cortijo de Extremadura en la década de 1960. Fue incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX del periódico español

Una familia de campesinos formada por Paco y Régula y sus cuatro hijos, Nieves, Quirce, Rogelio y Charito (la Niña Chica), viven en una humilde casa al servicio de los señores del cortijo, trabajando, obedeciendo y soportando humillaciones sin queja alguna.
Su única aspiración es que sus hijos estudien para abandonar la vida que llevan. Charito, su hija mayor, a la que llaman la Niña Chica, es deficiente mental y permanece siempre en una cuna. A la familia pronto se suma Azarías, hermano de Régula, al ser despedido de su trabajo en otro cortijo cercano. Azarías es un inocente con dificultad de expresión y deficiencia mental, cuya única preocupación es la cría de una pequeña grajilla, su milana bonita.
La vida en el cortijo sigue la misma rutina de siempre, unos mandan y otros obedecen; acontecimientos familiares, cacerías y fiestas se suceden en la Casa Grande. En una de estas cacerías, el señorito Iván mata con su escopeta al pájaro de Azarías, lo que provoca una respuesta de parte de éste, que acaba ahorcando al señorito.
Los santos inocentes constituye una denuncia moral contra el latifundio, la injusticia social que provoca y las consecuencias que tiene sobre la vida de los individuos, la jerarquización brutal de la sociedad que provoca la deshumanización de los menos favorecidos




FRAGMENTO DE LA OBRA 

“ la B con la A hace BA, y la C con la A hace ZA,
y, entonces, los señoritos de la ciudad, el señorito Gabriel y el seño­rito Lucas, les corregían y les desvelaban las trampas, y les decían,
pues no, la C con la A, hace KA, y la C con la I hace CI y la
C con la E hace CE y la C con la O hace KO,
y los porqueros y los pastores, y los muleros, y los gañanes y los
guardas se decían entre sí desconcertados,

también te tienen unas cosas, parece como que a los señoritos les gustase embromamos, pero no osaban levantar la voz, hasta que una noche, Paco, el Bajo, se tomó dos copas, se encaró con el señorito alto, el de las entradas, el de su grupo, y, ahuecando los orificios de su chata nariz (por donde, al decir del señorito Iván, los días que estaba de buen talante, se le veían los sesos), preguntó,

señorito Lucas, y ¿a cuento de qué esos caprichos?
y el señorito Lucas rompió a reír y a reír con unas carcajadas ro­jas, incontroladas, y, al fin, cuando se calmó un poco, se limpió los ojos con el pañuelo y dijo,

es la gramática, oye, el porqué pregúntaselo a los académicos, y no aclaró más, pero, bien mirado, eso no era más que el co­mienzo, que una tarde llegó la G y el señorito Lucas les dijo,
la G con la A hace GA, pero la G con I hace JI, como la risa, y Paco, el Bajo, se enojó, que eso ya era por demás, coño, que ellos eran ignorantes pero no tontos y a cuento de qué la E y la I habían de llevar siempre trato de favor y el señorito Lucas, venga de reír, que se destornillaba el hombre de la risa que le daba, una risa espasmódica y nerviosa, y; como de costumbre, que él era un don nadie y que ésas eran reglas de la gramática y que él nada po­día contra las reglas de la gramática, pero que, en última instan­cia, si se sentían defraudados, escribiesen a los académicos, pues­to que él se limitaba a exponerles las cosas tal como eran, sin el menor espíritu analítico, pero a Paco, el Bajo estos despropósitos le desazonaban y su indignación llegó al colmo cuando, una no­che, el señorito Lucas les dibujó con primor una H mayúscula en el encerado y, después de dar fuertes palmadas para recabar su atención e imponer silencio, advirtió,

mucho cuidado con esta letra; esta letra es un caso insólito, no tiene precedentes, amigos; esta letra es muda, y Paco, el Bajo, pensó para sus adentros, mira, como la Charito, que la Charito, la Niña Chica, nunca decía esta boca es mía, que no se hablaba la Charito, que únicamente, de vez en cuando, emitía un gemido lastimero que conmovía la casa hasta sus cimientos, pero ante la manifestación del señorito Lucas, Facundo, el Porque­ro, cruzó sus manazas sobre su estómago prominente y dijo,

¿qué se quiere decir con eso de que es muda?, te pones a ver y tampoco las otras hablan si nosotros no las prestamos la voz, y el señorito Lucas, el alto, el de las entradas,

que no suena, vaya, que es como si no estuviera, no pinta nada,
y Facundo, el Porquero, sin alterar su postura abacial, ésta sí que es buena, y ¿para qué se pone entonces?,

y el señorito Lucas, cuestión de estética, reconoció, únicamente para adornar las palabras, para evitar que la vocal que la sigue quede desamparada, pero eso sí, aquel que no acier­te a colocarla en su sitio incurrirá en falta de lesa gramática, y Paco, el Bajo, hecho un lío, cada vez más confúndido, mas, a la mañana, ensillaba la yegua y a vigilar la linde, que era lo suyo, aunque desde que el señorito Lucas empezó con aquello de las le­tras se transformó, que andaba como ensimismado el hombre, sin acertar a pensar en otra cosa, y en cuanto se alejaba una galo­pada del cortijo, descabalgaba, se sentaba al sombrajo de un ma­droño y a cavilar, y cuando las ideas se le enredaban en la cabeza unas con otras como las cerezas, recurría a los guijos, y los guijos blancos eran la E y la 1, y los grises eran la A, la O y la U, y, en­tonces, se liaba a hacer combinaciones para ver cómo tenían que sonar las unas y las otras, pero no se aclaraba y a la noche, con­fiaba sus dudas a la Régula, en el jergón e, insensiblemente, de unas cosas pasaba a otras otras y la Régula,
para quieto, Paco, el Rogelio anda desvelado, y si Paco, el Bajo, insistía, ella
ae, para quieto, ya no estamos para juegos

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